¿La generación del disquete?

He de confesar que no sé cuándo fue la última vez que usé un disquete y que tampoco logro recordar la primera, pero más de 50 de estos dispositivos reposan en un cajón de mi escritorio. Los usé durante años y en algunos momentos pensé que eran muy prácticos, en otros me resultó terrible descubrir que los archivos muy grandes no cabían, que habían sido víctima de virus o que, incluso, se negaban a abrir. Cuando aún no tenía Internet en casa, pero sí computadora, escribía mensajes largos largos largos para mis amigos, los guardaba en disquete y, tan pronto llegaba a algún lugar con conexión, los enviaba por correo electrónico. Era la edad de oro del floppy disk y también parte de los primeros acercamientos al equipo de cómputo que tuvo mi generación. En aquel tiempo existían también los discos de 5¼”, pero iban de salida y los de 3½” resultaban más chiquitos, más bonitos y quizá también con mayor capacidad.

Los años pasaron y se popularizaron otras opciones, más prácticas y de mayor calidad, para almacenar y trasladar contenidos. Entre los CD, DVD y las memorias USB, los usos de los disquetes disminuyeron considerablemente y, con ellos, decrecieron también las ventas. En mi caso, los fui abandonando gradualmente, pero el golpe definitivo vino cuando compré una laptop que no tenía lector de disquetes. Desde entonces, varias cajitas con discos de 3½”, perfectamente etiquetadas, permanecen prácticamente en el olvido.

Justo ahora, en pleno 2010, medio mundo está hablando de la muerte del disquete o floppy disk, luego de que Sony decidió dejar de producir y distribuir estos dispositivos de almacenamiento, frente a la disminución de la demanda. Mucho se puede decir sobre las transiciones tecnológicas y la obsolescencia de ciertos objetos; sobre los intereses de mercado que, de alguna manera, transforman nuestros usos y costumbres; sobre las maravillas de los nuevos dispositivos que, en poco tiempo, coexistirán y/o serán desplazados por otros más sofisticados; incluso, acerca del caos que implica recuperar archivos de discos descontinuados; pero me parece que un elemento clave de esto es la generación… los mayores conocieron hasta las tarjetas perforadas, los menores no han tenido el gusto de vivir con disquetes, mi generación sí.

El fin del disquete, como el fin de las camaritas Kodak y del ilustrísimo Betamax, es quizá algo que une a ciertas generaciones. La mía —la de los que tenemos de veintimuchos a treinta y poquitos— creció con los disquetes —y también con camaritas Kodak y con algunas películas ochenteras en Beta—  y aunque ahora que se va, no lo vamos a extrañar, es evidente que muchas memorias están en ellos… simbólica y literalmente. Un minuto de silencio por el disquete que ha muerto. Larga vida a la comunicación digital, independientemente de sus soportes.

Publicado originalmente en El Cafecito, número 57.

El registro del instante… al instante

De mi columna, Coordenadas Móviles, en Razón y Palabra.

Esa noche Joaquín Sabina dio un concierto en mi ciudad; no fui, pero en mi muro de Facebook aparecieron fotos y comentarios sobre su concierto mientras éste transcurría; después vinieron los videos y los comentarios de quién se encontró con quién, dónde estaban y hasta de qué platicaron cuando se encontraron. Hace años, había que esperar al día siguiente para ver las notas en medios o esperar a que los amigos y conocidos contaran cómo le fue, si uno no había estado ahí; sobra decir que ahora, en el tiempo de los teléfonos inteligentes, todo está al alcance de un clic, los conciertos, las conferencias, las marchas y manifestaciones, los acontecimientos violentos, los desastres naturales y más. La magia de la imagen y la palabra permite registrar el instante… al instante.

Lo que estas acciones dejan ver es, de entrada, que la calidad técnica de la foto o el video, no necesariamente es lo más importante; si bien cada vez hay cámaras con mejor definición e, incluso, las que están incluidas en los celulares son cada vez mejores, la finalidad de apropiarse la tecnología para captar los instantes y actualizar velozmente se centra en compartir la experiencia a los otros que no están, pero también en comunicar que estoy aquí, no que estuve ahí como antaño, sino que estoy aquí, ahora, en el presente y que es algo que se puede demostrar. José van Dijck y otros autores han señalado que los usos de la fotografía y el video en el siglo XX, han sido muy importantes personal, familiar y culturalmente, puesto que estos materiales se constituyen como la memoria de lo acontecido. El desplazamiento que se produce con las vías de comunicación digital radica, entre otras cosas, en la velocidad con que los contenidos son producidos y fluyen.

Los comentarios, las fotos y videos en tiempo real, se constituyen como una ventana que permite asomarse a un fragmento de los sucesos en el momento que ocurren e interactuar a partir de ello. Podemos pensar que es una manera de explotar el presente. Varios autores, como Bauman, Beck, Lechner, Martín-Barbero y otros, ya han hablado del presente perpetuo como característica de nuestros tiempos. La vida cotidiana se documenta “en el momento” y la memoria construida parece, en ocasiones, un torrente… y a veces es imposible seguir y capturar tal torrente, pero ésa, como diría la nana Goya, “es otra historia”.

El instante adquiere relevancia y se configura como un valor fundamental en la comunicación digital, pero hay otro elemento clave: la experiencia vivida. Subir a Facebook la foto de la manifestación en que estoy es, como había señalado líneas arriba, comunicar que estoy presente y participo en ella, es decir, que no es algo que me contaron, sino que lo vivo. Esto se ha evidenciado, sobre todo, en los casos de desastres naturales; donde una foto, un video o la ubicación de un twitt en el mapa, da legitimidad para hablar de los sucesos, porque se tiene información de primera mano.

¿Quién iba a pensar, en los primeros años de Internet, que esto sería posible? En aquel tiempo se pensaba en los usuarios de la red, como adolescentes sin vida social, gordos por comer comida chatarra para no despegarse de la máquina, pálidos por la ausencia de sol. Lo de hoy, sin embargo, es la movilidad… y el instante.