Cruce de pantallas: la convergencia mediática en el cine

De mi columna (que se llama igual que este blog) en Razón y Palabra.

“El espectador de cine es un invento del siglo XX”, señala Néstor García Canclini[1] y explica que con la construcción de salas, a partir de 1905, se formaron hábitos de percepción, asistencia, ritualidad colectiva —que implica sumergirse en salas oscuras, elegir la distancia de la pantalla, intercambiar impresiones y más—. Contra todos los pronósticos que anunciaban la muerte de las salas de cine, vemos que aún existen, en estos años del siglo XXI y que, entretanto, se transforman en muchos sentidos.

Quizá la transformación más evidente consiste en que encontramos salas cada vez más cómodas y pantallas de mejor calidad, que permiten ser partícipes de experiencias audiovisuales complejas. Las pantallas “normales” (lo que sea que eso signifique) coexisten con pantallas IMAX y 3D; las salas con butacas amplias y confortables comparten sus labores con salas VIP.

Pero una transformación importante opera en el terreno de los contenidos y no me refiero aquí a las narrativas cinematográficas en sí mismas, sino a la irrupción de espectáculos y deportes en espacios tradicionalmente exclusivos para la proyección de películas —no en vano decimos “vamos al cine”—. Desde principios de 2008, Cinépolis y Warner Music México se unieron para exhibir conciertos masivos grabados en digital[2]. El 23 de marzo de 2010 se presentó el concierto “Thalía en primera fila”, en 14 salas de cine de distintas ciudades; la particularidad de la función es que incluyó una videoconferencia desde Miami, en la cual la cantante mexicana interactuó con sus fans.

Lo inmediato se ha hecho presente a través de los deportes en vivo… y en el cine —¿acaso tendría sentido ver un partido meses después, cuando ya es de sobra conocido el resultado?—. El 25 de octubre de 2009 fue el turno del partido Chivas-América, la transmisión fue vía satélite, con la tecnología de alta definición de Televisa y pudo apreciarse en las salas 3D también de Cinépolis[3]. Ese mismo mes, la cadena mexicana de cines firmó un convenio para exhibir distintas peleas estelares de la World Wrestling Entertainment (WWE), lo que representa la llegada del “pago por evento” a las salas de cine; los boletos para estas funciones son más caros —aunque no tanto como el “pago por evento” en los sistemas de televisión satelital y por cable—, pero a cambio ofrecen imágenes de gran calidad técnica[4].

Se aprecia así un fenómeno de convergencia; en el caso concreto de las salas de cine, hay una irrupción de contenidos que no han sido generados específicamente para cine; de otro lado, hay un desplazamiento de la asistencia a espectáculos y deportes, hacia la televidencia —para usar el término de Guillermo Orozco— y ahora hacia la cinevidencia de los mismos. Estar en un estadio disfrutando de un partido de fútbol implica la experiencia de lo colectivo; ver el partido en televisión, desde casa, significó llevar algo público a un ámbito privado; llevar el mismo partido a una pantalla de cine, es quizá también recuperar la experiencia colectiva, pero combinada con la mediación tecnológica.

Más allá de la experiencia, lo técnico es también importante: es evidente que nadie, en casa, puede ver un clásico en 3D en una pantalla de grandes dimensiones; tampoco hay posibilidades reales de conectarse en videoconferencia e interactuar con su cantante favorito al terminar el concierto. Habrá que releer a McLuhan, habrá que regresar a los planteamientos de su discípulo Derrick de Kerchove sobre las pantallas y a lo que ha señalado Hans Ulrich Gumbrecht sobre la producción de presencia. Y, por supuesto, habrá que retornar a Guillermo Orozco para repensar las audiencias en estos entornos cada vez más diversificados.

Obviamente, pensar una intersección de medios y contenidos como la anteriormente expuesta, implica mirar también lo estructural, cómo es que convergen Cinépolis, Warner, Televisa, la WWE y las que se acumulen.

Por lo demás, mucho se ha dicho ya que los medios no se desplazan unos a otros, sino que se integran en un ecosistema mediático bastante complejo. El cine no murió cuando nació la televisión, tampoco cuando nació el video y menos cuando emergió la internet. No murió el cine y es evidente que tampoco han muerto —ni morirán— las salas de cine.


[1] García Canclini, Néstor (1994b). “Del cine al espacio audiovisual”. En García Canclini, Néstor (coordinador). Los nuevos espectadores. Cine, televisión y video en México. México: CONACULTA – IMCINE. Pp. 22-37.

 

[2] El Universal (2008, enero 15). Llevarán conciertos masivos al cine. Disponible en: http://www.eluniversal.com.mx/notas/474415.html

[3] Cine Premiere (2009, octubre 21). América contra Chivas… ¡en pantalla de cine y en 3D! Disponible en: http://www.cinepremiere.com.mx/node/7462

[4] CNNExpansión (2009, octubre 12). Cinépolis se sube al ring de l WWE. Disponible en: http://www.cnnexpansion.com/negocios/2009/10/09/la-wwe-llega-al-cine

¿Dónde está Mexicali?

Estos días no he encontrado a Mexicali en los titulares de los principales periódicos mexicanos, no he visto un gran despliegue informativo en torno del sismo de 7.2 grados que vivieron por aquellos rumbos y tampoco se ha dicho mucho de las réplicas que, si acaso, aparecen como notas secundarias. No se sabe por dónde se puede canalizar ayuda. ¿Dónde está Mexicali? ¿No fueron Puerto Príncipe, Haití y el sur de Chile la nota de ocho por días y días? ¿Acaso el dolor propio duele menos que el ajeno? ¿Fue que estábamos muy ocupados descubriendo quién mató a Paulette o discutiendo si Julio Scherer hizo bien o mal de entrevistarse y fotografiarse con el Mayo Zambada?

Democracia/incertidumbre

He de confesar que los juegos de palabras empleados por Joaquín Villalobos en «México mirándose el ombligo» (publicado en la Nexos más reciente) no me terminan de encantar. Me recuerdan a cierto compañero mío de la maestría que intentaba marearnos planteando que «debemos tener una visión poliédrica de la realidad y pensar qué de cultura/política/economía/violencia tiene la ciencia/interdisciplina/sociedad/cultura» (sí, sí, los términos eran intercambiables, pero todo encajaba en los poliedros). Sin embargo (y con esto regreso a Villalobos), me parece que puntualiza algunos asuntos clave sobre la situación de desesperanza frente a la anhelada democracia en México (y quizá en otros lugares):

«Cuando se descubre que la democracia es incertidumbre, diferencias, debate y mecanismos complejos para tomar decisiones, se produce una nostalgia inconsciente por los mecanismos autoritarios del pasado».

«En las teorías sobre la democratización, se dice que el autoritarismo está hecho de procesos inciertos con resultados ciertos, y la democracia de procesos ciertos con resultados inciertos».

«Hay nostalgia por el México que se perdió y que supuestamente ya no se quería y decepción por el México democrático que se ganó y que supuestamente se anhelaba».

Y así continúa.

Un blog es nuestra casa y las redes sociales son los bares

Reducir la comunicación a las tecnologías o los medios es tan deformador como pensar que ellos son exteriores y accesorios a (la verdad de) la comunicación.

Jesús Martín-Barbero

Pocas cosas me asombran tanto como la capacidad de los humanos para sorprendernos frente a lo que pensamos “nuevo”, para insertarnos con gran velocidad en la conversación acerca de tal “novedad” y atribuirle todo tipo de bienes (o de males). Así ha ocurrido con el cine, la radio, la televisión, los teléfonos celulares, las computadoras e internet; así ocurre ahora con eso que en el habla común se llama “redes sociales”. Éstas han ganado visibilidad tanto por el crecimiento en el número de usuarios, como por la utilización de estos recursos en situaciones de crisis políticas —como en Irán, Honduras y más— y desastres naturales —como en los casos del tsunami en el Pacífico Sur o el terremoto en Haití—.

En medio de esta repentina visibilidad, se habla a la ligera de “redes sociales” y con mucha frecuencia este concepto se reduce a sitios como Facebook y Twitter. Así, abundan las notas donde se habla de que “redes sociales vigilan hábitos de consumo”, “redes sociales reemplazan al e-mail”, “Google adquiere una red social” o hasta de que “Twitter nos quiere matar de miedo”. Las redes, sin embargo, no se limitan a los medios técnicos que posibilitan la creación de un perfil personal y cierto tipo de interacción; en sentido antropológico, las redes sociales existen desde siempre, y son entendidas como campos constituidos por relaciones entre sujetos, donde cada uno es un nodo con vínculos con los otros. Autores como Raymond Williams, Assa Briggs y Peter Burke, así como Pablo Fernández Christlieb, han documentado las antiguas prácticas de comunicación oral y escrita en redes que solían construirse en casas y lugares públicos, tales como cafés y plazas.

Obviamente, la sensación de red también se produce en espacios virtuales, como ya lo plantearon Rheingold y otros autores desde principios de los 90. De hecho, en inglés suele hacerse la distinción entre social network site de social networking, es decir, una cosa son los sitios de redes sociales y otra es la práctica en sí misma. Quizá la principal diferencia que plantean los blogs, el micro-blogging, los sitios de redes y los juegos de roles en línea, frente a las otras redes, tiene que ver con la posibilidad de visualizarlas, a partir de los contactos, los comentarios, las menciones y más, que son como el rastro observable de las relaciones entre los humanos.

Se aprecia una tendencia creciente de superposición entre las redes —entendidas, como decía líneas arriba, en tanto relaciones—, muchas personas son usuarios activos de blogs, Twitter, Facebook, Flickr, YouTube, Buzz y otras; éstas, además, con frecuencia se conectan de modo automático —actualizaciones de estado en Twitter que se reproducen en Facebook y en los blogs, actualizaciones de todo que aparecen súbitamente en Buzz— o manual —usuarios que comentan en Facebook que han agregado una nueva entrada en su blog o que han encontrado un video buenísimo en YouTube—. Los contactos —o amigos o seguidores— pueden no ser los mismos en distintos espacios, pero al estar interconectados la discusión se diversifica: gran sorpresa para quienes pronosticaban el fin de los blogs con el surgimiento de Facebook o la muerte de éste último con el de Twitter.

Si bien la base de la interacción en redes virtuales es la existencia de afinidades, de intereses comunes, es posible identificar distintos sentidos para distintos espacios. Dice Octavio Rojas (@octaviorojas) que dice Álvaro Ortiz (@furilo), que “un blog es nuestra casa y las redes sociales son los bares” —de ahí el título de este escrito—. Los usuarios atribuyen a sus blogs sentidos de “lugar propio”, como si fuera una casa, porque es algo fijo, que puede ser personalizado y que los otros pueden visitar; mientras que el sentido principal de participar en Twitter, Facebook y más, no es tener un lugar, sino encontrarse con los otros, estar juntos, compartir el espacio, aunque haya miles de kilómetros de por medio, aunque en México sean las 2 de la tarde y en Eslovaquia anochezca. La magia de las redes, creo, no está sólo en lo técnico, sino en la posibilidad de construirse sobre otras coordenadas.



Publicado en Guardagujas número 9.