Dar una clase, la que sea, es siempre una oportunidad para aprender. Cuando la clase es de metodología de la investigación, es además apasionante observar cómo los estudiantes construyen sus objetos de estudio. Esta semana, mis alumnitos de LCO discutieron en sus equipos para definir muy inicialmente sus temas de investigación. Unos tienen más claridad que otros, pero en todos los casos resulta interesante ver por qué eligen lo que eligen: porque han vivido determinado problema en carne propia, porque se trata de un asunto que no conocen tanto y quieren aprender, porque buscan ir haciendo su caminito y generar experiencia en un área concreta, porque les preocupa el futuro, porque ven la incertidumbre en el campo laboral e incluso porque las conexiones familiares permiten acercarse a actores clave y eso se traduce tanto en facilidades para el trabajo como en oportunidades de posicionamiento. En fin, en algún lugar leí que uno investiga lo que le afecta, en muchos sentidos. Lo que me soprende es, tal vez, encontrar razones tan claras y tan sinceras en chavitos de primer semestre. He ahí una de las mil y un cosas que hacen que la vida valga la pena.
Mes: septiembre 2011
La incorporación del reloj y sus implicaciones en la vida social
Si bien no se trata de una tecnología de comunicación e información, la incorporación del reloj se ha vinculado a la transición del trabajo artesanal al trabajo en fábricas, donde surgió la necesidad de medir el tiempo y establecer jornadas laborales. Un asunto concreto para pensar es si comemos cuando tenemos hambre o cuando es hora de comer.
No puedo dejar de pensar en Metrópolis, de Fritz Lang.
Y en el «Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj» de Julio Cortázar.
En eso de pensar la tecnología…
Soy muy feliz con las materias que me tocó impartir este semestre: Metodología de la Investigación en Comunicación en la Licenciatura en Comunicación Organizacional y Cultura, Medios y TIC en la Maestría en Investigaciones Sociales y Humanísticas. Para ésta última, le he sugerido a mi único alumno que, además de las lecturas y las discusiones académicas, revisemos materiales mediáticos que nos permitan reflexionar sobre las implicaciones sociales y culturales de la tecnología. Qué mejor inicio que éste, 2001: Odisea en el espacio.
Toda ella es interesante, pero la parte clave, para mi gusto, es ésta.
Saber y certificar que se sabe: Notas sobre Internet y el conocimiento
De mi columna Coordenadas móviles, en Razón y Palabra.
La Universidad de Stanford se ha propuesto hacer un experimento en educación distribuida, a partir de la oferta de tres cursos en este otoño: Introducción a la Inteligencia Artificial[1], Introducción a las Bases de Datos[2] e Introducción al Aprendizaje Automático[3]. La particularidad es que los cursos, además de realizarse de manera presencial, estarán disponibles en línea, gratis, para gente de todo el mundo y con requisitos mínimos, tanto de conocimientos previos —probabilidad, álgebra linear, lenguajes de programación y, por supuesto, conocimiento del idioma inglés— como de equipo—computadora con una buena conexión a Internet—.
Obviamente, no es la primera vez que se explota a Internet para propósitos educativos, las experiencias de educación en línea han probado su eficacia por años, muchas universidades mantienen presencia en entornos virtuales como Second Life y gran cantidad de materiales educativos están disponibles en espacios como iTunes U y YouTube Edu. A eso hay que sumar las experiencias de uso de wikis y otras plataformas para trabajar documentos en forma colaborativa, los bases de datos académicas, los sitios para compartir archivos y más. Esto es ligeramente diferente, se trata de cursos ofertados de una manera muy abierta —me refiero a la gratuidad y la ausencia de requisitos muy complicados para el ingreso—, por una universidad de gran prestigio mundial. Sin embargo, quienes tomen los cursos en línea no obtendrán un certificado de la universidad, sino solamente una especie de reporte del profesor, con información sobre el desempeño del estudiante.
Esto abre algunos cuestionamientos sobre la pertinencia del conocimiento y de la acreditación del conocimiento. ¿Qué es lo importante realmente?, ¿haber estudiado con los expertos y tener una serie de competencias en un área de especialidad?, ¿o el pedacito de cartón, avalado por una institución, que certifica que uno ha estudiado algo y que, para efectos prácticos, se traduce en fichas para la vida en el mundo académico? Planteado de otro modo, ¿importa más saber o poder documentar que se sabe algo?
En ese sentido, mucho de lo que se aprende en Internet —y en la vida— no está avalado por títulos, certificados o diplomas; sin embargo, las competencias y recursos con que se cuenta, permiten a los sujetos realizar ciertas prácticas y posicionarse en determinadas áreas. Cristóbal Cobo y John W. Moravec ya han trabajado sobre el concepto de “aprendizaje invisible” y pueden dar muchas luces sobre estas transformaciones. De cualquier modo, cuando algo se transforma, no lo hace de manera aislada; el camino por recorrer es casi tan amplio como las preguntas que van surgiendo en esta coyuntura.
[1] Stanford Engineering. “Introduction to Artificial Intelligence”. Consultado el 27 de agosto de 2011, en: http://www.ai-class.com/
[2] Stanford Engineering. “Introduction to Databases”. Consultado el 27 de agosto de 2011 en: http://www.db-class.com/
[3] Stanford Engineering. “Introduction to Machine Learning”. Consultado el 27 de agosto de 2011 en: http://www.ml-class.com/