De la formación de jóvenes investigadores

Hace un par de días participé como evaluadora en un encuentro de jóvenes investigadores, donde participaron estudiantes y recién egresados de licenciatura. Celebro que haya estos espacios, por supuesto. Me entusiasma que los jóvenes estén interesados en la investigación científica. Sin embargo, ese evento en particular me pareció chafísima.

De entrada, el nivel de las ponencias era muy desigual: propuestas novedosas frente a otras muy gastadas. No podemos exigir a los estudiantes de licenciatura como si estuvieran en doctorado, pero repetir cosas que se han hecho hasta el cansancio refleja una falta de conocimiento sobre investigaciones previas y, cof cof, una tremenda falta de dirección.

En ese sentido, las ponencias están avaladas por investigadores, de modo que estos son corresponsables de la calidad de los trabajos. Hemos de cuestionarnos cómo asumimos la tarea de formar nuevos investigadores. Escuché estupideces enormes, por ejemplo, un estudiante de economía afirmó que la participación de las mujeres en el trabajo aumenta la desigualdad, de acuerdo con sus cálculos. Más allá de lo metodológico, hay un asunto ético.

El tiempo fue otra complicación. Cada participante contaba con 10 minutos para exponer y había dos minutos más para preguntas de los evaluadores. Sí, dos minutos para seis evaluadores. Y sí, preguntas, no comentarios o recomendaciones. Si la idea es que crezcan, el formato no ayuda, porque no permite el diálogo.

Finalmente, el encuentro es un concurso. Si bien puede justificarse que la competencia es un estímulo, se favorece la comprensión de la actividad científica en la lógica meritocrática de la puntitis que tanto daño nos ha hecho.

Fin de la catarsis… o pausa, ya no sé.