Tercera semana de encierro, última antes de las vacaciones, lo que sea que eso signifique ahora. Siguió la rutina de home-office, home-teaching y home-bullying. Dos clases, seis asesorías —que, inicialmente, iban a ser ocho—, cuatro reuniones, tres dictámenes y dos webinars. En medio de todo, hay por lo menos tres proyectos nuevos que me entusiasman y otros que resucitan y también jalan mi atención. A veces me vuelvo soporte técnico de los colegas, a veces hacemos catarsis, a veces nos reímos, a veces digo que no quiero volver a ver una pantalla en mi vida y luego vengo frente a una a escribirlo.
Esta semana fue menos catastrófica en términos de reorganización, pero más apocalíptica en la casa. Nos quedamos sin agua el domingo en la noche porque falló la bomba, hubo que llamar al técnico para que resolviera el problema. Eso incluyó un episodio de mi perro que, creyéndose el salvador de la humanidad, hizo lo posible para que el “intruso” no pasara. Todo iba bien, pero el viernes chafeó el internet justo antes de una asesoría. Sobrevivimos a esa asesoría y dos clases con la señal inestable. En algún momento tuve que jalar internet del celular. En días pasados leía que estos días de confinamiento han coincidido con picos en el uso de internet en el mundo, también leía que hay incertidumbre sobre qué tanto aguantará. Entre las enemil preguntas que abre esta crisis están aquellas acerca de las tecnologías digitales, desde su base material hasta las prácticas que nos han mantenido en contacto y trabajando en estas semanas.
Algo de eso hemos de ver en la academia. Mientras tanto, todo el panorama de congresos se movió. AMIC se pospone y se va a virtual, ALAIC se pospone quizá para fin de año, IAMCR —que iba a ser en Beijing— primero se movió a Tampere y después a virtual, ISA se pospone para el próximo año. Las convocatorias para hacer algo sobre el Coronavirus se multiplican. Creo que necesitamos comprender las muchas dimensiones del fenómeno, aunque también creo que no tenemos suficiente distancia crítica.
Oficialmente, hoy empiezan las vacaciones. De acuerdo con el plan, ahora estaría en Guadalajara. Mañana volaría a Los Angeles y después a Helsinki. Recuerdo el día que vi el caos que empezaba en Italia, también cuando vi que cerró el Musée de Louvre en París y pensé por primera vez en la posibilidad de que mis ansiadas vacaciones peligraran. Esa vez le pregunté a un amigo químico si no estábamos sobreestimando la situación y su respuesta me llevó a posponer el viaje. Fui muy ingenua con mis problemas de primer mundo, ya sé, no esperaba yo entonces que todo cambiara tanto en pocos días y que la pandemia fuera a tener tantas implicaciones en el mundo, con distintos niveles de gravedad.
Sigo pensando que la crisis saca lo mejor y lo peor de nosotros. A media semana platiqué con un joven del servicio a domicilio del súper, mi pedido no llegó completo porque hay varios productos que están agotados —y que tampoco hay en las tienditas cercanas a esta casa—, me decía que varios clientes han sido groseros con él por esta situación, como si fuera su culpa la escasez. Mientras tanto, veo también iniciativas de ayuda a quienes están en problemas, en León, en Casa Loyola, Menta & Albahaca, Kowi, entre otras; algunas más en Aguascalientes, Guadalajara y Ciudad de México. No todo está perdido.