Hoy fue un día muy bueno…

He terminado mi décimo contrato como asistente de la misma persona. No habrá un contrato número 11. Mi currículum registra que fui asistente de investigación de Rebeca Padilla de enero de 2008 a diciembre de 2012, que colaboré en sus tres proyectos de investigación más recientes —uno sobre identidades urbanas y geografías mediáticas y dos más sobre el cruce entre juventud, ciudadanía política e internet—, que también participé con ella en la coordinación del capítulo centro-occidente de la Sistematización de la Investigación Regional de la AMIC e, incluso, en un proyecto que no acabó de cuajar —de cuyo título ni ella ni yo queremos acordarnos—, que hemos escrito artículos y ponencias en coautoría, en fin…

Sin embargo, la cursi de clóset que soy tiene muy claro que hay cosas que no se dicen en la formalidad de un currículum —Wislawa Szymborska lo ha dicho mucho antes y mejor que yo— y que es preciso decirlas en algún otro lado.

Llegué a este trabajo en algún momento de mi formación de maestría y me fui en algún momento de mi formación de doctorado. Rebeca había sido mi profesora de Televisión en licenciatura y me reconocía como alguien creativa y responsable, pero no como alguien con interés por la investigación. No nos engañemos, en aquel tiempo yo no tenía interés alguno por la investigación, ése vino después, pero vino con mucha fuerza. Un día nos encontramos en la biblioteca del ITESO, para entonces ella y Salvador de León estaban en el Doctorado en Estudios Científico-Sociales y yo en la Maestría en Comunicación de la Ciencia y la Cultura. A partir de ese encuentro, compartimos algunas comidas, conocí otro lado de ellos, entre la montaña rusa del posgrado. Otro día coincidimos en un congreso de comunicación en la Universidad de Guadalajara. Días después, Rebeca me escribió para proponerme que fuera su asistente. No fui la única persona a la que escribió, pero fui la que respondió “sí” en menos de tres segundos, a pesar de que tenía 80 millones de dudas sobre si realmente me convenía comprometerme justo cuando estaba en medio del caos de mi tesis de maestría. Sobra decir que no me arrepiento de haber dicho que sí.

Desde el principio, encontré a una investigadora seria, metódica, obsesionada con la calidad, que aprendió muy bien de Guillermo Orozco que la apertura y la generosidad son elementos fundamentales para el trabajo en equipo y que esto hace escuela. Fui testigo de su transición del interés por las audiencias televisivas hacia las audiencias de medios en un sentido más amplio y, posteriormente, hacia los usuarios de internet. Hay quienes me han preguntado si fui yo quien la convirtió a los estudios de internet, pero he de confesarme libre de culpa. Si bien algunos investigadores jóvenes llegamos directamente a los estudios de internet, hay un fenómeno interesante entre quienes llevaban ya una trayectoria importante en los estudios de audiencias… no pueden hacer como si la presencia de internet no cambiara un ápice, de modo que, aunque no sea su interés principal, terminan por tomarlo en cuenta. Sospecho que toda esta discusión será francamente irrelevante en unos años.

Precisamente esta reunión entre una investigadora con trayectoria en los estudios de audiencias y una investigadora emergente en los estudios de internet, fue muy importante para el trabajo en equipo que mencioné líneas arriba. La formación —y también la edad, je— de Rebeca le han permitido mantener cierta extrañeza frente a los usos de internet y plantear cuestionamientos ante cosas que podrían parecer obvias. Mi formación —y también mi edad, je, y mi condición de fan de la tecnología—me han permitido comprender ciertas lógicas con gran facilidad. El encontronazo entre posturas siempre ha sido productivo y ha incluido discusiones sobre si a eso que vemos hemos de nombrarle audiencias o usuarios, si eso que hacen los jóvenes es producción o recepción o una mezcla extraña de ambos y de otras cosas, en fin.

De esos intercambios han salido productos concretos: dos capítulos de libro —“El corazón japonés” y otro sobre la ciudad e internet, que aún está en prensa—, dos artículos en revistas —“El estudio de las prácticas políticas de los jóvenes en internet” y “El diario en línea. Metodología para el análisis y la reflexión sobre internet y las prácticas políticas entre universitarios”, éste último junto con Lolis Villalpando— y algunas ponencias para el Seminario de Investigación de la UAA. También hemos hecho varios viajes juntas: el primero fue a Monterrey, al Encuentro Nacional de AMIC en 2008; el último —o el más reciente— fue a León, al Seminario de Culturas Post-Mediales, hace menos de un mes, en la Ibero.

374420_182290038576052_141132495_nRebeca Padilla, Héctor Gómez Vargas y yo, en el Seminario de Culturas Post-Mediales (Universidad Iberoamericana León, 30 de noviembre de 2012).

De algún modo, soy privilegiada, no todos los asistentes pueden dialogar y publicar con sus jefes. De hecho, sé de algunos asistentes que terminan siendo ghost researchers y que no reciben ni las gracias, pero ésa, como diría la nana Goya, “es otra historia”. Como sea, la anécdota fue el pretexto para traer a cuenta algo importante: el trabajo de un asistente habitualmente no se ve. Podría decirse que para eso se les paga, para trabajar mucho y ser invisibles, pero ni eso, los salarios son malos y las condiciones de contratación son precarias también. En mi caso, me quedé tanto tiempo precisamente por lo que he señalado líneas arriba, porque la oportunidad de participar en diversas investigaciones, de establecer diálogos de pares, de hacer trabajo en equipo y construir redes y de abonar a una carrera académica emergente, me resultó bastante más estimulante que el salario.

Obviamente, también hice muchas cosas invisibles y poco estimulantes —o nada estimulantes—, como ir de tour por ene escritorios para realizar trámites ilógicos una y otra vez. He de decir que hacer el mismo trámite tantas veces era digno de una película como aquélla sobre el día de la marmota. Esas cosas invisibles derivaron en cosas visibles, como tener equipada un área de investigación con muebles bastante decentes. Quien sea asistente después de mí, probablemente no sepa que en el principio no había un espacio específico para las labores de los asistontos, que hubo que llegar a colonizar una sala y que los escritorios, armarios y computadoras fueron llegando a cuentagotas.

La presencia de los otros siempre es importante. Cuando hablo de trabajo en equipo, no sólo me refiero al que hicimos Rebeca y yo. En este tiempo, trabajamos muy de cerca también con Lolis Villalpando y con Salvador de León; con los otros asistentes, Rubén Alonso, Pedro Hernández, Ana María Navarro y Citlalli González; con las becarias Jenny González, Lupita Jaime y Karina Ruiz;  los prestadores de servicio social Johnathan Acuña, Sofía González y Fernando Mendoza, así como otros tantos que participaron en el proyecto de Ciudadanía política en la red, cuyos nombres no puedo decir porque el convenio de confidencialidad los protege —ustedes saben quiénes son—; la secretaria Lety y los técnicos Cristian y Arturo. Tantas mañanas fueron geniales entre el trabajo en equipo y la liberación de frustraciones compartidas. Hubo incluso prácticas poco académicas, como ponerles nombre propio a las computadoras: Lazarita —que murió y resucitó—, Chanclitas, Macaria e Hipólita; todas ellas desfilaron alegremente y soportaron el trabajo duro.

P1010257Rebeca Padilla, Salvador de León y yo, en Sanborns de Los Azulejos, algún día de julio de 2009.

En estos cinco años, hubo momentos realmente sublimes, como una vez que fui enviada a la biblioteca a revisar unos textos y encontré que un capítulo del libro que buscaba fue escrito por mi romance más rápido de occidente. Muy pequeño el mundo es. Otro momento que rayó en lo sublime fue uno en el que grité “¡que se cuide McQuail!”. Lo malo es que no puede contarse en público. Lo bueno es que McQuail puede estar tranquilo, no pasó a mayores.

Pero el mejor de los episodios de estos cinco años fue cuando acompañé a Rebeca a recoger a su hijo del kínder. “Hoy fue un día muy bueno, mami”, dijo. Después relató que había jugado futbol y le habían metido nueve goles; que pudieron ser trece, pero atajó cuatro; que se había divertido mucho y que lo importante no es ganar, sino jugar. Yo no he recibido nueve goles, sino un mal salario; pero también me divertí harto, aprendí mucho y fui muy feliz, pero es momento de que le dedique más tiempo al doctorado. Puedo decir que éstos fueron cinco años muy buenos.