Baarìa

Tornatore volvió a hacerme llorar… o quizá Morricone… o más bien ambos y todo el equipo. Fui a ver Baarìa y encontré más de lo que esperaba: una película algo larga, llena de detalles, aunque a veces la sentí cortada (como que tanta historia no cabe en tan pocos minutos).
Cuando aparecen los créditos, la voz de Tornatore explica que un artista sólo puede hablar de aquello que conoce y Baarìa, dicen, tiene mucho de autobiográfico. Cuenta las vidas de tres generaciones de italianos -concretamente sicilianos- a través de la vida de los Torrenuova: Cicco, Peppino y Pietro, es decir, el abuelo, el padre y el nieto, idealistas los tres, cada uno para lo suyo.
La historia es dolorosa, con grandes cuestionamientos políticos tejidos entre escenas de la vida cotidiana. Tal vez ahí está la belleza, en lograr conectar la historia -de 1930 a 1980- con las biografías.

Toy Story 3 y los niños que fuimos

Uno de los enemil pensamientos que cruzaron por mi mentecilla cuando vi Toy Story 3 es que no es precisamente para niños. Los planteamientos que en medio de los juguetes se hacen sobre el poder son fuertes y tal vez ya estoy muy dañada, pero la tiranía del oso perverso y algunas actitudes de los personajes, me recordaron demasiado a la Rebelión en la granja de George Orwell, e incluso a los Pollitos en fuga y sus implicaciones «holocáusticas». En fin, reflexionar sobre el poder, a partir de Toy Story, creo que lo dejaré para otro post.

El punto es que al salir del cine empecé a hacer cuentas y recordé que vi Toy Story, la primera, cuando tenía 13 años (oh, sí, ahora lo recuerdo, corría el año de 1995), la segunda no me acuerdo cuándo y la tercera a los 28 (golpe de vejez, ya dupliqué la edad). Quienes vimos la primera, oscilamos tal vez entre los veintitantos y los treintaypoquitos. Así que la magia de Toy Story 3 quizá radica en que está escrita para los niños que fuimos. Desde lo que somos ahora resulta maravilloso (o, por lo menos, interesante) voltear a ver de dónde venimos y qué dejamos en el camino.

Y he de confesar que la que soy ahora es alguien que se está insertando en la categoría de adulto contemporáneo y que lloró como Magdalena con el drama de Andy, tal vez más que con el de los juguetes.