Nuestro siglo XX iba a ser mejor que los pasados.
[…]
Ciertas desgracias no iban
a suceder más:
por ejemplo, la guerra
y el hambre, y tantas otras.
Wislawa Szymborska
De pronto, el mundo parece un lugar terrible. En estas semanas han sido una constante las noticias sobre la expansión del virus del ébola, primero en África y después en Europa y Norteamérica. En México, hace 20 días hubo una masacre de estudiantes normalistas en Ayotzinapa, de los cuales 43 aún están desaparecidos. En Aguascalientes, mi ciudad, se han registrado también varios desaparecidos, que son etiquetados por las autoridades como casos aislados. ¿Qué tienen en común una emergencia sanitaria, la violencia que viene tanto del crimen organizado como de la policía y la indiferencia del gobierno? Más allá de los mil y un factores que se interconectan en cada problemática específica, el común denominador es la desigualdad. El problema del ébola no se tomó en serio hasta que llegó a primer mundo, es como si la muerte de ciudadanos africanos no importara. La matanza y el secuestro en Ayotzinapa trae a la memoria otros casos como los de Atenco, Aguas Blancas y Acteal, para los cuales no ha habido respuesta en años. Es como si ellos fueran ciudadanos de segunda. Finalmente, los familiares y amigos de los desaparecidos en mi ciudad enfrentan la ineficiencia de las autoridades y la indiferencia de sus conciudadanos. Es como si su ausencia en nuestras calles fuera un problema menor.
Somos distintos. Nos han enseñado que es normal que haya unos más privilegiados que otros y también que haya pobreza, hambre, exclusión, falta de oportunidades, violencia, corrupción. En otras palabras, hemos naturalizado la injusticia. Nancy Fraser, filósofa estadounidense, reconoce dos tipos de injusticias: las socioeconómicas, que son una consecuencia de la estructura político-económica de la sociedad, y las culturales o simbólicas, que se sitúan en los patrones de representación, interpretación y comunicación. Las luchas contra las injusticias socioeconómicas apelan a una redistribución económica, las luchas contra las injusticias culturales o simbólicas se traducen en una búsqueda de reconocimiento.
Como dice el poema de Wislawa Szymborska, “nuestro siglo XX iba a ser mejor que los pasados”. En este contexto, la democracia prometía que todos seríamos iguales. Los marcos normativos de las democracias, en distintos niveles, establecen ciertos derechos que tenemos como seres humanos, como ciudadanos o como sectores específicos de la sociedad. Sin embargo, a veces las leyes son insuficientes e inadecuadas, a veces no son exigibles y justiciables y a veces, aunque todo el entramado sea una maravilla, las desigualdades persisten. Nuestro esperado siglo XXI no tiene coches voladores ni robotinas que se encarguen de las labores domésticas en los hogares promedio. En cambio, tiene unos niveles de desigualdad increíbles, que no se reducen a las estadísticas sobre desarrollo humano y otros indicadores, sino que se viven con dolor e incertidumbre entre quienes sufren/sufrimos las desigualdades (recordemos que a veces estamos de un lado, a veces de otro).
Este año, la iniciativa de Blog Action Day para postear sobre la desigualdad es un granito de arena para hacer visible el problema. El asunto es qué hacer, más allá de las palabras, para agotarla. Quizás la clave es el reconocimiento. Reconocer al otro como alguien diferente, pero con iguales derechos, puede contribuir a la construcción de otro mundo posible; eso implica reconocer que hay distintos proyectos de ciudad y de mundo que deben aprender a coexistir. Suena utópico, pero conozco bastante de cerca a grupos que luchan por revertir las desigualdades, así como por imaginar y construir ese mundo mejor. Pienso en grupos locales con los que he convivido en distintos niveles y por distintas razones, como Amigos Pro Animal, Libros Vagabundos, Casa del Migrante Camino a la Vida, The Inventor’s House, Bicicálidos, el Movimiento Fotocaminante, Casa Semillas, Conciencia Ecológica, Gatos para Todos, la Colectiva Feminista, el Observatorio de Violencia Social y de Género de Aguascalientes, Francisco Delgadillo y el grupo de gente que trabaja en Pastoral Penitenciaria, los jesuitas, los que apuestan por el buen periodismo, en fin, la lista podría continuar por los siglos de los siglos. Los esfuerzos no son pocos, pero los problemas son muy grandes y requieren de mucho trabajo. Entre quienes estamos interesados en esto, cada uno tendrá su apuesta para contribuir al cambio.
Somos los talacheros en la construcción de un mundo mejor 🙂