Esperanza en los tiempos difíciles: Solalinde en la UAA

Para los demás Solalindes, que tienen otros nombres y apellidos.

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No recuerdo cuándo fue la primera vez que conocí algunas historias terribles de migrantes centroamericanos, cuyo paso por México hacia Estados Unidos, se convirtió en un infierno. Quizá fue con De nadie, el documental de Tin Dirdamal y, después, con los trabajos del periodista salvadoreño Oscar Martínez. Tampoco recuerdo cuándo supe de la existencia de Alejandro Solalinde y su labor de defensa de migrantes, desde su albergue en Ixtepec, aun cuando hay amenazas sobre él. Este reportaje de Emiliano Ruiz Parra, en Gatopardo, es particularmente revelador.

El punto es que la discusión sobre derechos humanos se sitúa casi siempre en los terrenos jurídicos. Por eso me sorprendió tanto que la Defensoría de los Derechos Universitarios en la UAA invitara al padre Alejandro Solalinde, para tener una serie de actividades en las Jornadas de los Derechos Universitarios, en septiembre pasado: una conferencia abierta al público, una rueda de prensa, una charla con profesores, otra con alumnos, una visita a la Casa del Migrante. Ese día en la universidad, Solalinde —que viste sencillo y carga sus cosas en un morralito de Amnistía Internacional— fue capaz de colocar la discusión sobre derechos humanos en otro eje. Pensar en los derechos humanos, dice Solalinde, es reconocer la centralidad de la vida humana, reconocer que la persona tiene dignidad y derechos. Para él, ayudar al migrante no se reduce a asistencia social, se trata de regresarle el valor a esa vida humana que para otros es mercancía.

El gran reto de Solalinde a los universitarios fue recordar nuestra condición humanista. Los universitarios no deberían ir tras el dinero, dijo, sino ser subversivos, en el sentido de rebelarnos contra el orden hegemónico que deja abajo al ser humano y más abajo a las mujeres. Cuando alguien exclamó gustosa que lo admira, respondió que “con admiración no van a cambiar México”. Eso, que le dijo a una persona, nos dejó mudos a todos y, muy probablemente, con la pregunta de cómo podemos ir más allá de la admiración hacia quienes transforman nuestra realidad social y ser agentes de transformación también. Las respuestas simples pueden ir desde la ambición de hacer un cambio profundo, hasta la ingenuidad de pensar que basta con los cambios pequeños en la vida cotidiana. Pero tengo la impresión de que esas respuestas no contestan la pregunta realmente.

Ahora mismo, hacen falta muchos Solalindes que cuestionen el orden social dominante y contribuyan a su transformación. Ahora mismo, hay también otros muchos Solalindes, con otros nombres y apellidos, que trabajan en la defensa de los migrantes, pero también de las mujeres, la diversidad sexual, la cultura, o el medio ambiente; que evidencian las grandes inequidades y proponen proyectos diversos para un mundo mejor. La gran contradicción de los tiempos difíciles es que, en medio de lo terrible, persiste la esperanza.

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