No es un punto final, es un recordatorio

La vida está llena de sorpresas. El viernes 20 de octubre, en Valparaíso, recibí el reconocimiento por el segundo lugar en el Concurso Internacional de Tesis Doctorales en Comunicación, que organiza la FELAFACS (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social).

Las tesis dan la impresión de que se trata de un trabajo solitario y, aunque en buena parte lo son, también se trata del producto del trabajo y la discusión con otros. He sido muy afortunada de gozar de la confianza tanto de mis sujetos de estudio como de mis profesores. Este post es para agradecer (sí, otra vez) a algunas de las muchas personas que fueron parte de estos años de trabajo y discusión, así como para pensar el premio.

Tengo mucho que agradecer a mis sujetos de estudio, que confiaron en esta desconocida, me abrieron las puertas de sus grupos, me permitieron entender su cotidianidad y su lugar en el mundo. He de agradecer mucho también a mi querido comité tutorial en el ITESO: a María Martha Collignon -quien, además de ser una increíble directora de tesis, fue quien propuso el trabajo para el concurso-, a Geoffrey Pleyers de la UCLouvain -quien fue un co-tutor muy comprometido en mi último año de doctorado y ha sido muy generoso conmigo en los años recientes-, a Rossana Reguillo -quien fue una pieza clave en mi comité tutorial-, así como a Elizabeth Prado -quien siempre estuvo presente, incluso en momentos muy difíciles para ella-. Gracias a todos los que en su momento participaron como lectores de los avances, en el ITESO, en UCLouvain y en diferentes espacios académicos. Gracias, por supuesto, a Raúl Fuentes Navarro, quien apareció mágicamente en la ceremonia de premiación -y eso fue muy simbólico tratándose de alguien que aprecio tanto y que ha tenido tanta influencia en la formación de muchas generaciones de investigadores de la comunicación-, me hizo sentir acompañada y festejó conmigo este reconocimiento.

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He de agradecer también a Patricia Nigro (FELAFACS Cono Sur / Universidad Austral, Argentina), quien estuvo a cargo del Concurso, así como a los evaluadores que revisaron las tesis participantes. Su trabajo suele ser tan pesado como invisible e incomprendido.

Eso me lleva a pensar en el premio. Desde que llegó la noticia de que lo recibiría (sin saber aún cuál lugar había obtenido), me dio la impresión de que la gente alrededor estaba más contenta que yo y no entendía por qué. Quizá no lo entiendo todavía y, por lo mismo, no puedo explicarlo, por más que pasen los días. El punto es que para mí el premio no representa un punto final, un reconocimiento a un trabajo acabado e impecable. Mi tesis es imperfecta, inacabada. Más de una vez he pensado que, de haber tenido más tiempo, habría profundizado más aquí o allá. Al mismo tiempo, me encanta como está, por todo lo que me obligó a explorar y rehacer, a cuestionar mis modos de entender el trabajo de investigación. Por eso creo ahora que el reconocimiento no es un punto final, sino un recordatorio de los puntos suspensivos, de los pendientes que quedaron. Se trata de algo que me obligó a mirar atrás y recordar lo importante, lo que me hizo querer ser investigadora.

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