It’s called inception

He de confesar que amé Inception, me encantó, me hizo feliz; pero en tres momentos, no pude evitar soltar la carcajada y recordar a Titanic (creo que era al revés).

Atención al minuto 00:12, «come back, Jack«… creo que no estaba muerto, andaba de parranda.

Y en el minuto 1:17, algo se parece a «you jump, I jump», aunque en la película es más excelsa la escena de la ventana.

Para finalizar, en el minuto 1:47 recordé con claridad cómo el agua invade el barco, aunque en Inception se trata de una camioneta… una que al parecer hace homenaje a los Súper Campeones y tarda media película en caer al agua.

A etiquetó a B en una de tus fotos: Sentido de comunidad del Festival de Música de Cámara

Dicen que cada uno ve lo que quiere ver, que dependiendo de sus experiencias e intereses ve con cierta nitidez algunos aspectos de la realidad. En mi caso, no pensaba escribir sobre el Festival de Música de Cámara Aguascalientes 2010, porque mi falta de formación musical es evidente y a lo máximo que puedo aspirar es a escribir desde la condición de fan (aunque, ya que lo pienso, ser fan permite ver otras cosas); pero en estos días posteriores he visto (lo que quiero ver) la extensión de las redes por vías no presenciales y eso me ha hecho clic de inmediato.

Luego de la semana de magníficos conciertos, subí algunas fotos a Facebook y etiqueté a quienes ya estaban entre mis contactos; luego mi sobrino Charbel etiquetó a algunos de sus compañeros y ellos, a su vez, a otros y otros y otros y en pocas horas, las notificaciones de Facebook crecieron cual mancha voraz: A etiquetó a B, C ha comentado tu foto, D ha solicitado etiquetar tu foto, A quiere ser tu amigo, B ha sugerido que conoces a C, D ha escrito en tu muro. Seguramente otros muros vivieron esto mismo. Las frías notificaciones dejaron ver un sentido de comunidad que se extendía de los espacios presenciales a los virtuales. Lo más divertido vino el fin de semana pasado, cuando me encontré en un bar a una violinista que participó en el Festival: “tú eres la que subió unas fotos, gracias”, me dijo.

Ya he discutido antes en este blog sobre la formación de redes de comunicación digital, a partir de las afinidades y los intereses compartidos, sea entre conocidos de contextos presenciales o entre desconocidos que se cruzan en el ciberespacio; pero fue genial visualizar, casi en tiempo real, el tejido de la versión virtual de las redes del Festival de Música de Cámara, luego de una semana de interacción presencial. No sé si sea mi imaginación, pero desde las sillas (iba a escribir «desde las butacas», pero este año no hubo, gulp) se percibía un ambiente más relajado y de mayor compañerismo. Alexander Freund, incluso, hablaba de una gran frescura y cierta atmósfera especial que envuelve el festival. Tal vez esa atmósfera se conserva en las redes, entre los que no se ven todos los días. De algún modo, la vida está hecha de encuentros; cuando se puede, éstos son cara a cara; cuando no, las tecnologías de información y comunicación permiten crear la sensación de que se está cerca.

Toy Story 3 y los niños que fuimos

Uno de los enemil pensamientos que cruzaron por mi mentecilla cuando vi Toy Story 3 es que no es precisamente para niños. Los planteamientos que en medio de los juguetes se hacen sobre el poder son fuertes y tal vez ya estoy muy dañada, pero la tiranía del oso perverso y algunas actitudes de los personajes, me recordaron demasiado a la Rebelión en la granja de George Orwell, e incluso a los Pollitos en fuga y sus implicaciones «holocáusticas». En fin, reflexionar sobre el poder, a partir de Toy Story, creo que lo dejaré para otro post.

El punto es que al salir del cine empecé a hacer cuentas y recordé que vi Toy Story, la primera, cuando tenía 13 años (oh, sí, ahora lo recuerdo, corría el año de 1995), la segunda no me acuerdo cuándo y la tercera a los 28 (golpe de vejez, ya dupliqué la edad). Quienes vimos la primera, oscilamos tal vez entre los veintitantos y los treintaypoquitos. Así que la magia de Toy Story 3 quizá radica en que está escrita para los niños que fuimos. Desde lo que somos ahora resulta maravilloso (o, por lo menos, interesante) voltear a ver de dónde venimos y qué dejamos en el camino.

Y he de confesar que la que soy ahora es alguien que se está insertando en la categoría de adulto contemporáneo y que lloró como Magdalena con el drama de Andy, tal vez más que con el de los juguetes.

Las benditas políticas de uso de Internet

Tarde, como siempre, escribo este post, como se lo prometí a Mauricio. Sucede que hace tiempo somos compañeros del mismo dolor, gracias a las brillantes políticas de uso de Internet de las universidades donde trabajamos —y gracias a más cosas que no son asunto de este post—. Él se ha topado con las Políticas y lineamientos para el uso de la tecnología de información y comunicación en la UASLP; yo, en la UAA, he sido también víctima de las Políticas para el uso del servicio de Internet. Las primeras fueron autorizadas el 31 de octubre de 2003, las segundas el 4 de enero de 2010, las dos son igualmente reduccionistas, puesto que restringen el acceso bajo argumentos de calidad.

Se asume que estar en Facebook o Twitter no es una actividad académica o institucional, porque cabe en la categoría de social networking; que revisar los sitios web de televisoras y grandes conglomerados de medios, o accesar a blogs es entretenimiento; se asume, sobre todo, que no se trata de prácticas productivas… ¿cómo investigar Internet con acceso restringido?, ¿cómo hablar de habilidades digitales si cada vez que uno osa intentar ir a una de las direcciones consideradas no productivas aparece la pantallita de Open DNS para informar que uno intenta visitar un sitio de entretenimiento o social networking?, ¿cómo pensar en producir y hacer circular contenidos en estas plataformas, sobre todo hablando de alumnos de Comunicación, si la institución las considera como mero entretenimiento?, ¿cómo entablar un diálogo con los alumnos de nuevo ingreso, que nacieron en el 92 —prácticamente nacieron con Internet— si de inicio se les dice entre líneas que eso que intentan hacer no es bueno?, ¿cómo entablar un diálogo con la ONU si se atenta, en aras del progreso y la productividad, contra el derecho a la comunicación y contra la búsqueda de inclusión digital?

En su post, Mauricio es enfático: “en China se llama dictadura del proletariado, en Irán República Islámica, aquí… los censores ahora llevan el prefijo Universidad”. Quizá es tantito radical al equiparar unas cosas con otras, pero las restricciones ciertamente son graves allá y aquí, sobre todo si pensamos que las universidades deberían ser espacios de libertad y de creación.

Hace tiempo, en el encuentro de AMIC, Carlos Scolari se maravillaba de que en la Ibero teníamos acceso libre a Internet, sin contraseñas ni restricciones; lo mismo ocurre en el ITESO y seguramente en otras universidades. En México y en el extranjero, diversas universidades ejercen presencia e interactúan constantemente a través de Facebook, LinkedIn, Twitter, blogs, Flickr, YouTube y lo que se acumule; aprovechan recursos como SlideShare, Scribd, Prezi, LiveStream, UStream y más; algunas hasta tienen cursos en Second Life. Es una pena que en todas haya una comprensión amplia de las TIC y de las prácticas de comunicación digital.

Días de congresitis…

Si esto fuera un periódico, ya habría sido despedida, tras los prolongados abandonos y las notas tardías. En mi defensa diré que cometí la locura de ir a tres congresos, una charla y una sesión de un seminario permanente en tres semanas. Obvio, los pendientes se han multiplicado cual mancha voraz y, por ello, escribo ahora el corte informativo de hace un mes.

Todo comenzó en el 11o. Seminario de Investigación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, que fue del 18 al 21 de mayo. En él todos los investigadores de la universidad y dos que tres extremos presentamos nuestros avances y resultados de investigaciones, en siete mesas: ciencias naturales y exactas, ingenierías y tecnologías, ciencias agropecuarias, ciencias biomédicas, ciencias económicas, ciencias del diseño y de la construcción, ciencias sociales y humanidades.

Algo curioso es que las mesas siguen la estructura institucional departamental de la universidad, así que, por ejemplo, en la mesa de ciencias sociales, un día participaron los historiadores, otro los sociólogos, otro los especialistas en educación y al final los psicólogos, una politóloga y dos filósofos. Esto en términos de organización facilita mucho las cosas, pero quizá también produce una dinámica medio endogámica, que no promueve el diálogo entre investigadores de más áreas.

En fin, el día de los sociólogos —en ese bloque, por cierto, incluyeron a los comunicadores—  fue muy prolífico en exposiciones. Octavio Maza, Olivia Sánchez, Salvador de León, Rebeca Padilla, Maru Patiño, Fernando Padilla, Evangelina Tapia, Silvia Bénard, Esthelita Esquivel, Consuelo Meza, Salvador Camacho, Genaro Zalpa y yo, nos aventamos un maratón de 14 ponencias en cinco horas. Con una agenda tan apretada, no hubo mucho tiempo para discutir, pero eso no impidió que se tratara de una sesión muy enriquecedora, por la diversidad de objetos de estudio, de perspectivas e intereses; eso fue genial.

La siguiente escala fue en FLACSO México, en el II Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales, que se realizó del 26 al 28 de mayo. He de confesar que nunca había estado en FLACSO —aunque sí, enemil veces, en frente, en Six Flags— y me hizo feliz, el lugar es hermoso, pero además, la calidez humana invita a volver. Quizá lo que más me gustó fue la organización de las mesas por objetos, más que por disciplinas.

Concretamente, yo participé en un eje temático dedicado a procesos culturales, identidades y ciudadanía, en la mesa que se tituló Comunicación, identidad y política. Compartí mesa con Juan Camilo Molina, de FLACSO Ecuador y con Mauricio Álvarez, de la UACM, quien fue un moderador genial, hizo una presentación en la que conectó las biografías y los trabajos que íbamos a presentar. Más tarde, con la moderación de Ligia Tavera, de FLACSO México, participaron Enedina Ortega, del Tec de Monterrey, Rocío Verónica Orlando Zamora, de FLACSO Ecuador y Hugo Luna, de FLACSO México. Desgraciadamente, fue poco el tiempo que pude estar allí. Regresé a casa a resolver uno que otro asunto, antes de emprender un viaje más.

Guadalajara fue el siguiente punto en el mapa, esa vez para asistir a la charla que dio Carlos Scolari, la tarde del 31 de mayo en el ITESO. Algo muy rico es que este investigador argentino de nacimiento, formado en Italia y radicado en España, partió de su trayectoria biográfica para contar cómo fue que entró en el mundo de la comunicación digital, primero por el lado profesional, después a través de la investigación. Así transitó del panorama general de teorías de comunicación a las particularidades de la comunicación digital, para aterrizar en la metáfora ecológica y las narrativas transmediáticas. Al terminar la charla —y luego de la necesaria, aunque brevísima, sesión de chisme con Karina y Alfredo— regresé a Aguascalientes, sólo para hacer la maleta y viajar nuevamente al DF.

El XXII Encuentro Nacional AMIC (Asociación Mexicana de Investigadores de Comunicación), fue del 2 al 4 de junio, en la Universidad Iberoamericana. Todo empezó con la conferencia de Guillermo Orozco Gómez, titulada “Audiencias, ¿siempre audiencias?”, en la que discutió las transformaciones sociales que vivimos, en relación con la comunicación como epicentro de otros cambios. Presentó diez maneras de hacer sentido conceptual de nuestra interacción con las pantallas, en calidad de audiencias, desde el modelo de los efectos hasta aproximaciones más recientes y complejas sobre mediaciones e hipermediaciones, torrente mediático, producción de presencia y convergencias y ecología de los medios.

En esa misma sintonía, Carlos Scolari dictó su conferencia “Narrativas transmediáticas. Mundos de ficción, branding y prosumidores en la nueva ecología de los medios”. Habló del mundo de los medios, caracterizado por la explosión y por las nuevas prácticas de producción y consumo; también de la convergencia narrativa y las narrativas transmediáticas, con cortes de Lost, Pardillos y La Isla Presidencial. Cerró con una serie de cuestionamientos: ¿Podemos seguir investigando los medios o los géneros/discursos de manera aislada? ¿Asistimos a una extinción de los medios masivos? ¿Asistimos a una evolución de nuevas especies mediáticas? Ante todo, siguiendo a Jesús Martín Barbero, habrá que superar la razón dualista que separa viejos y nuevos medios y habrá  que echar un ojo a las interfaces.

De los paneles, sólo vi dos. En el primero, moderado por Delia Crovi, acerca de la apropiación digital y las transformaciones culturales, me sorprendió gratamente el trabajo de María Elena Meneses, sobre la convergencia digital y el trabajo periodístico.

El segundo, sobre metodologías de medición de nuevos medios —lo que sea que nuevos signifique—, fue moderado por Manuel Guerrero y contó con la participación de Rubén Jara, de IBOPE, que habló de las formas de medición empleadas en la investigación comercial. Continuó Raúl Trejo Delarbre, que además de ser muy crítico y profundo en su participación, se dio el lujo de hacer un corte informativo: México 1, Italia 0 —he aquí otro corte informativo, el panel fue al mismo tiempo que el partido amistoso—. El cierre fue contundente: “Hay que ir más allá del dato duro, pero para eso hay que tener datos”. La última participante de esta mesa fue Cosette Castro, quien nos sorprendió a todos con sus primeras afirmaciones: dijo que habla desde una perspectiva latinoamericana de los estudios de comunicación, desde la búsqueda de la inclusión social y digital, desde la comprensión de la información y comunicación como derecho humano, desde el pensamiento complejo y la transdisciplinariedad… lo que estudiamos, señaló, no dice exactamente quiénes somos. Después habló de los puentes, de la comunicación lineal a la no lineal, del mundo analógico al digital, de la condición de audiencias en relación con las industrias de contenidos en Latinoamérica.

Grupos de investigación hay muchísimos, pero yo estuve siempre en el de nuevas tecnologías, Internet y Sociedad de la Información; ahí la discusión osciló entre la brecha digital, el e-goverment, los usos políticos de Internet, los mundos virtuales, la fotografía digital, el blogging autobiográfico, las narrativas, los usuarios, las relaciones de pareja a través de Internet, el software libre y mucho más… hasta fantasías futuristas ligeramente incomprensibles.

Algo genial en este encuentro fue el reencuentro de los itesianos, Raúl Acosta y Magdalena López de Anda, profesores del ITESO, así como Rebeca Padilla, Salvador de León y yo, que nos formamos en tierras tapatías, pero vivimos en Aguascalientes. A eso hay que sumar el post-brindis —campo fértil de las prefiguraciones—, la extraña reclusión en Santa Fe y el descubrimiento del secreto mejor guardado de la Ibero. Con todo, llegó el momento de emprender la graciosa huída.

Finalmente, ya en mi ciudad, estuve en la cuarta sesión del Seminario Permanente de Estudios Socioculturales, que coordino en el Colegio de Estudios Sociales de Aguascalientes; en ella se presentaron dos trabajos, el de Edgar Zavala Pelayo, sobre catolicismo y dominación epistemológica en la sociología y el de Vicente Esparza Jiménez, acerca de la conmemoración de la Expropiación Petrolera en Aguascalientes. La asistencia fue muy pobre, pero la discusión fue muy enriquecedora.

Miles de kilómetros y horas de viaje después, los días de congresitis terminaron, con una serie de ideas revoloteando en mi cabeza. Sobra decir que es una locura de la que no me arrepiento.

¿La generación del disquete?

He de confesar que no sé cuándo fue la última vez que usé un disquete y que tampoco logro recordar la primera, pero más de 50 de estos dispositivos reposan en un cajón de mi escritorio. Los usé durante años y en algunos momentos pensé que eran muy prácticos, en otros me resultó terrible descubrir que los archivos muy grandes no cabían, que habían sido víctima de virus o que, incluso, se negaban a abrir. Cuando aún no tenía Internet en casa, pero sí computadora, escribía mensajes largos largos largos para mis amigos, los guardaba en disquete y, tan pronto llegaba a algún lugar con conexión, los enviaba por correo electrónico. Era la edad de oro del floppy disk y también parte de los primeros acercamientos al equipo de cómputo que tuvo mi generación. En aquel tiempo existían también los discos de 5¼”, pero iban de salida y los de 3½” resultaban más chiquitos, más bonitos y quizá también con mayor capacidad.

Los años pasaron y se popularizaron otras opciones, más prácticas y de mayor calidad, para almacenar y trasladar contenidos. Entre los CD, DVD y las memorias USB, los usos de los disquetes disminuyeron considerablemente y, con ellos, decrecieron también las ventas. En mi caso, los fui abandonando gradualmente, pero el golpe definitivo vino cuando compré una laptop que no tenía lector de disquetes. Desde entonces, varias cajitas con discos de 3½”, perfectamente etiquetadas, permanecen prácticamente en el olvido.

Justo ahora, en pleno 2010, medio mundo está hablando de la muerte del disquete o floppy disk, luego de que Sony decidió dejar de producir y distribuir estos dispositivos de almacenamiento, frente a la disminución de la demanda. Mucho se puede decir sobre las transiciones tecnológicas y la obsolescencia de ciertos objetos; sobre los intereses de mercado que, de alguna manera, transforman nuestros usos y costumbres; sobre las maravillas de los nuevos dispositivos que, en poco tiempo, coexistirán y/o serán desplazados por otros más sofisticados; incluso, acerca del caos que implica recuperar archivos de discos descontinuados; pero me parece que un elemento clave de esto es la generación… los mayores conocieron hasta las tarjetas perforadas, los menores no han tenido el gusto de vivir con disquetes, mi generación sí.

El fin del disquete, como el fin de las camaritas Kodak y del ilustrísimo Betamax, es quizá algo que une a ciertas generaciones. La mía —la de los que tenemos de veintimuchos a treinta y poquitos— creció con los disquetes —y también con camaritas Kodak y con algunas películas ochenteras en Beta—  y aunque ahora que se va, no lo vamos a extrañar, es evidente que muchas memorias están en ellos… simbólica y literalmente. Un minuto de silencio por el disquete que ha muerto. Larga vida a la comunicación digital, independientemente de sus soportes.

Publicado originalmente en El Cafecito, número 57.

la información hace la realidad, y no al revés

He de confesar que yo no sabía mucho de Cabañas, el futbolista, hasta que las notas sobre el balazo que recibió inundaron todos los medios. Me cansé de leer-ver-escuchar que el ilustre paraguayo seguía sedado, que movió una pestaña, que la esposa pedía oraciones, que enemil personas opinaban sobre su caso, que hasta la Chiva le entró al caos y mucho más. Me pareció y me sigue pareciendo lamentable lo que le ocurrió, pero también creo que la cobertura mediática fue excesiva. Uno de estos días me preguntaba si bastó un balazo a Cabañas para olvidar la tragedia en Haití, la represión en Venezuela, la guerra cotidiana en México. El domingo despertamos con la cruda realidad, un comando armado asesinó a 13 jóvenes y adolescentes, que estaban en una fiesta, en Juárez; la cifra de muertos se incrementó a 16 en las horas recientes. De ellos no supimos tanto y no sabemos ahora si los heridos movieron una pestaña o si despertaron con ganas de ir al Mundial. Sobre ellos y su tragedia, nuestros valientes líderes se tardaron en salir a condenar el hecho… y a los agresores. Por ellos no hemos visto un despliegue mediático tan impresionante, como tampoco lo vemos respecto al caso inconcluso de los 49 niños de la guardería ABC o sobre las agresiones a defensores de los derechos humanos o sobre enemil injusticias que ocurren en nuestro país. Precisamente en estos días se me atravesó algo que escribió Eduardo Galeano sobre los medios.

La información objetiva

En los países democráticos, el deber de objetividad guía los medios masivos de comunicación.

La objetividad consiste en difundir los puntos de vista de cada una de las partes implicadas en situaciones de conflicto.

En los años de la guerra de Vietnam, los medios masivos de comunicación de los Estados Unidos dieron a conocer a la opinión pública la posición de su gobierno y también la posición del enemigo.

George Bayley, curioso de estos asuntos, midió el tiempo dedicado a una y a otra parte en las cadenas televisivas ABC, CBS y NBC entre 1965 y 1970: el punto de vista de la nación invasora ocupó el noventa y siete por ciento del espacio y el punto de vista de la nación invadida ocupó el tres por ciento.

Noventa y siete a tres.

Para los invadidos, el deber de sufrir la guerra; para los invasores, el derecho de contarla.

La información hace la realidad, y no al revés.

Sobra decir que aquí y en todos lados, hay unos más visibles que otros.

de nómadas y vidas líquidas

«Las personas que circulan en las proximidades de la cumbre de la pirámide de poder global, individuos para quienes el espacio importa poco y la distancia no supone molestia alguna; son personas que se sienten como en casa en muchos sitios, pero en ninguno en particular. Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las finanzas cada vez más globalizadas que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia nómada», eso dijo Bauman en Vida líquida. Lo mismito es perfectamente observable en Up in the air (alguien muy chafa osó traducir ese título como Amor sin escalas).

Lo que se ve en esta película de Jason Reitman es, probablemente, el pretexto para mostrar fragmentos de una realidad mucho más compleja, con crisis, incertidumbres y transformaciones, con un sistema insostenible, con grandes problemáticas públicas y miles de ambigüedades en las vidas privadas, tanto de quienes se aferran a eso que llaman «estabilidad», como de quienes fluyen y fluyen mientras el tiempo pasa. Up in the air cuestiona todo, lo global, lo íntimo, el sentido de futuro.

Las metáforas de la mochila, las millas, el paréntesis y más, dicen mucho de lo que hemos llegado a ser y del punto hacia donde parecemos dirigirnos. He de decir que vi en imágenes lo que han planteado Bauman, Sennett, Augé, Ortiz, Beck, Giddens, Lechner y otros… y he de confesar que también me vi en la fascinación (no sin dudas) de Ryan (George Clooney) por la movilidad y la ausencia de ataduras.

«La vida líquida es una vida precaria y vivida en condiciones de incertidumbre constante. Las más acuciantes y persistentes preocupaciones que perturban esa vida son las que resultan del temor a que nos tomen desprevenidos, a que no podamos seguir el ritmo de unos acontecimientos que se mueven con gran rapidez, a que nos quedemos rezagados, a no percatarnos de las fechas ‘de caducidad’, a que tengamos que cargar con bienes que ya no resultan deseables, a que pasemos por alto cuándo es necesario que cambiemos de enfoque si no queremos sobrepasar un punto sin retorno». Sí, otra vez Bauman en Vida líquida.