De mi columna Coordenadas Móviles, en Razón y Palabra.
Zygmunt Bauman plantea en En busca de la política[1] la metáfora del perchero, a partir del caso del pedófilo británico Sydney Cooke, al que además de sus delitos, se le atribuyó prácticamente la culpa de todos los males. Guardando toda proporción, considero que la tecnología es también un perchero donde se cuelgan todo tipo de percepciones e imaginarios, se le atribuye a veces, como a Cooke, la culpa de todos los males; pero también la posibilidad de transformar el mundo.
En días pasados, Naief Yehya estuvo en Aguascalientes, para impartir una conferencia e impartir un taller. Este último se tituló “Tecnocultura: estímulos, promesas y desilusiones en la era digital”. El autor, que es ingeniero de profesión, pero narrador y crítico cultural por adopción, hablaba de cyborgs, de nuestra relación con lo tecnológico, de Blade Runner y Terminator, de la pornografía y la mediatización de la sexualidad, de la tecnocultura y los nuevos lenguajes, de los usos de la tecnología y más. Pero un taller es construido también por los participantes y éstos, con demasiada frecuencia, se iban —o quizá deba decir “nos íbamos”— a niveles mucho más simples de la discusión, que por momentos se radicalizó entre tecnofóbicos y tecnofílicos.
Entre las ideas que circularon, escuché que todo el conocimiento posible existe ya y está plasmado en los libros antiguos, así que el error de las nuevas generaciones es no leer y quedarse sólo con las computadoras, que robotizan y alienan a las personas; y que los jóvenes no son creativos, porque viven en Internet y ahí todo “se les da digerido”. Lo primero lo señaló una profesora de más de 60 años, pero lo segundo lo planteó un promotor cultural de alrededor de 20. Otros participantes hablaron también con preocupación sobre el impacto de la tecnología en las personas, sobre todo en los jóvenes y los niños. Y hubo quien tomó la contraparte y defendió que el acceso a Internet democratizará diversas dimensiones de la vida social y permitirá a los oprimidos acceder a todo el conocimiento.
Nadie puede ser totalmente objetivo en una discusión y obviar sus posiciones frente a aquello que se discute. En este caso, las posturas acerca de la tecnología eran radicalmente opuestas, a partir de los entornos profesionales y personales de los participantes, así como de sus intereses y experiencias con las TIC, que oscilaban entre el desconocimiento y la fascinación, entre las tecnofobias y las tecnofilias. Es evidente que en ciertos sentidos sigue viva la separación entre apocalípticos e integrados que planteó Umberto Eco[2] hace décadas, para hablar de las posturas de perplejidad y optimismo, frente a las innovaciones de los medios de comunicación; pero que se traslada siempre a cuanto avance tecnológico haya. A las TIC se les atribuye tanto la esperanza del progreso y de la inteligencia colectiva, como la enajenación de los sujetos —lo que Rüdiger[3] señala como visiones prometéicas y fáusticas— y encontrar el equilibrio a veces resulta complicado. He de decir al final sí se logró que todos pusieran en duda las propias percepciones, para abrirse a la discusión.
Entretanto, habrá que regresar a una de las interrogantes que planteó Yehya: ¿cómo explicamos nuestra relación con lo tecnológico? Quizá problematizar esto permita dejar de convertir a la tecnología en el perchero donde se cuelgan las culpas y las maravillas.
[1] Bauman, Zygmunt (2006). En busca de la política. México: Fondo de Cultura Económica.
[2] Eco, U. (1975). Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. Barcelona: Lumen.
[3] Rüdiger, F. (2004). Introdução às teorias da cibercultura. Porto Alegre: Editora Sulina.
Imagino una granja o rancho. Ganado, tierra fértil, un pozo, un granero. Me falta el granjero.
El internet es la granja. Pero el cibernauta -muchos, al menos- no sabemos ser granjeros y nos vamos directo al granero, como meros consumidores, tomando lo que ya está y sin preocuparnos por reabastecer.
Como refieres, encontramos todo digerido (y dirigido, muchas veces erróneamente). Pero, bueno, quizá hemos sido enseñados así: a ser consumidores y no exploradores, no granjeros.
Somos creativos, el propio internet está plagado con ejemplos de ello. Pero no sabemos dirigir nuestras capacidades más allá de lo lúdico. Lo serio se toma a la ligera y lo lúdico muy seriamente. ¿Es que deberían entonces enseñarnos a jugar con lo serio, para enriquecerle con la creatividad que sólo en lo lúdico tenemos, y así generar algo nuevamente serio?
Me gusta ese perchero para, mientras llega el auténtico granjero, colgarnos todos: padres, maestros, alumnos, individuos en general.
Me queda en el aire una cuestión – girando como aquellas rondanas que pendían de un hilo atado en ambas manos-, una entre varias, claro: ¿podría ser el granjero alguien como esa profesora de 60 años?
Qué interesante tema, Doris (presiono el «submit» mientras me río pensando en Farmville, Petville y todas esas [ ¿ ] ludocracias [ ? ] ).
Vaya un saludo.
Podría, por supuesto. Y también podría ser el chavito de 20. Los extremos se tocan. Otro saludo desde este lado de la pantalla.